El aprendizaje de hábitos saludables y economía sostenible puede apoyarse en el cultivo de verduras, frutas y hortalizas en la escuela
En 2005, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en colaboración con el Programa de Alimentación Escolar del Programa Mundial de Alimentos, llevó adelante una iniciativa piloto para promocionar el desarrollo de huertos en escuelas de Panamá y Etiopía. La idea se reveló como una oportunidad de acercar hábitos saludables a los escolares. Pero no sólo en los países donde autoabastecerse es una necesidad, también en el hemisferio norte, donde la dificultad no es comer, sino comer sano, de calidad.
Según las palabras de Kraisid Tontisirin, director de Nutrición y Protección del Consumidor de la FAO, "las preocupaciones nutricionales unen en este siglo al mundo desarrollado y a los países en desarrollo". Ambos comparten, en su opinión, problemas alimentarios como la necesidad de cambiar la percepción con respecto a las frutas y a las hortalizas y aprender "cómo se pueden cultivar, preparar y consumir mejor". La preocupación es común en muchas comunidades, ricas y pobres, "y en ambas pueden ser factores decisivos para construir la salud de la comunidad".
En atención a este hecho, las huertas en los centros escolares europeos proliferan. Un ejemplo es Inglaterra, donde las autoridades, alarmadas por la prevalencia de los casos de obesidad infantil -en diez años han aumentado de 8 a 17 por cada 100 alumnos, según datos de la OMS-, han gestionado programas de atención a la alimentación del menor y, en especial, en las escuelas. Asesorados por especialistas, las comunidades educativas se vuelcan con la creación de las huertas escolares.
-Manos a la huerta
Las memorias de experiencias de huertas escolares coinciden en que, para lograr tener éxito en su puesta en marcha, es necesario motivar a padres, profesores y alumnos, además de saber cultivar las plantas y decidir a quién acudir si se necesita ayuda. Manejar una huerta escolar requiere conocimientos de horticultura, pero también aptitudes para trabajar en equipo. Se comienza en general con un huerto pequeño, en el que es fácil aplicar métodos orgánicos y cuyas dimensiones posibilitan la preparación, cultivo y recolección de los frutos.No se pierde de vista que los objetivos son nutricionales: mejorar la dieta y cambiar hábitos alimenticios. Pero también se logra tomar conciencia de la naturaleza y del comercio justo porque las huertas proporcionan recursos educativos y alimentos.
-Para empezar, los básicos
El cultivo más sencillo y provechoso en un huerto escolar de nuestro país está compuesto por verduras y hortalizas y, si se quiere, árboles frutales, genuinos de la dieta mediterránea. Cebolla, zanahoria, patata, tomate, pimiento, puerro y fresas son algunas de las siembras que se cosechan con más éxito. Hay que tener presente también las asociaciones, ya que no todas son válidas. Si bien se pueden cultivar en una misma parcela y en una misma época vegetales distintos (lechugas con zanahorias, tomates con cebollas, zanahorias con puerros, maíz con judías), hay combinaciones que conviene evitar porque se invalidan entre sí: maíz con patata, patatas con zanahorias y pepinos, maíz con ajos y cebollas.También se pueden añadir árboles frutales a la experiencia. Cargan con el inconveniente de que en origen son caros, sobre todo si se adquieren adultos y preparados para dar frutos, pero el cuidado es mínimo y las manzanas, peras, cerezas, ciruelas o higos resultan mucho más sabrosos recién cogidos del árbol. Las plantas aromáticas, como romero, manzanilla y tomilla, son otro cultivo útil y didáctico, o hierbas para condimentar como el cilantro, cebollino, perejil y orégano.
-Un curso de septiembre a septiembre
El cuidado de la huerta es un compromiso que se adquiere para todo el año. El agro no da vacaciones. De septiembre a septiembre, durante el curso escolar, se sucede el calendario de siembra o plantación y recolección. Aunque el tiempo propicio para comenzar el ciclo depende del clima y de la tierra, quincena antes o después, las verduras y hortalizas tienen marcada su fecha. Enero y febrero son meses de siembra para el apio y la cebolla. Para los guisantes, judías verdes, escarolas, lechugas y tomates, los meses de febrero y marzo.En abril se siembran calabacines y pepinos, y se plantan las lechugas, los puerros y los tomates, cuando se opta por plantas en lugar de sembrar semillas. Es el caso del brécol y la familia de las coles -lombarda, coliflor y pella-, cuya siembra llega en julio pero, si se planta, hay que esperar a septiembre. Las semillas de acelgas, espinacas y habas hay que cultivarlas en noviembre y sus plantas, en enero. Las patatas se plantan en marzo si se buscan las tardías y en octubre si se quieren tempranas. Y el ajo, en diciembre.
De marzo a septiembre se recolecta. Durante los meses de verano hay que recoger los frutos, ya que de lo contrario las plantas se estropean y se rompe su ciclo. Antes de julio, los escolares habrán podido comer rábanos y zanahorias de su huerto, además de guisar con su apio y sus cebollas recolectadas en mayo y junio. Estos también son los meses de comer judías verdes, guisantes, acelgas, calabacines, pepinos, habas y, por supuesto, lechugas y patatas.
El verano es tiempo de tomate, que bien puede recolectarse y guardarse para embotarlo y comerlo durante todo el año. Llegado el invierno, tocará recoger el brécol, la col o berza y la coliflor. En definitiva, durante el curso escolar, los responsables del huerto tienen unas obligaciones cuya recompensa sabe a salud, nutrición y ecologismo.
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