Las elecciones
alimentarias están condicionadas por múltiples factores. Entre ellos: la
historia y la tradición de nuestro entorno, la influencia familiar y de amigos,
la economía (desde el coste de los alimentos hasta el poder adquisitivo) y los
elementos relacionados con la psicología, como las preferencias. Para la
vertiente antropológica y social de la investigación del comportamiento
alimentario, estas últimas desempeñan un papel central en el momento de escoger
un alimento u otro.
La preferencia
por el sabor dulce y el rechazo de las sustancias amargas o las especias
picantes (que producen irritación en la boca y en la garganta) parecen ser
innatas. Algunas investigaciones lo respaldan al haber estudiado las diferentes
reacciones faciales de los neonatos cuando se les administran líquidos con
sabor dulce o con un gusto amargo o ácido. Pero si bien existe esta base de
nacimiento -determinada en cierto modo por una predisposición genética-, la
mayoría de las preferencias alimentarias se adquieren a través de la
experiencia, es decir, se aprenden. ¿Cómo se explicaría, si no, la pasión de
los adultos por el café o el gusto por la cerveza?
Durante el
primer año de vida se experimenta un rápido crecimiento físico, social y
emocional. También se desarrollan las preferencias alimentarias, que se
configurarán durante toda la infancia. Por ello, es crucial el entorno social y
cultural, aunque la familia es el entorno más inmediato y, por lo tanto, el más
determinante. La influencia de padres y madres no solo abarca lo que estos
ofrecen a los niños para comer o los consejos que dan sobre la alimentación
("debes comer verdura"), sino también todo el modelo que ofrecen a
sus hijos. En definitiva, se trata de aplicar el clásico consejo de
"predicar con el ejemplo".
Negarse a comer
alimentos nuevos se denomina neofobia alimentaria y se define como un
sentimiento de repugnancia hacia la ingesta de alimentos nuevos. Esta actitud
(habitual en niños de unos dos años de edad y percibida por los adultos como un
capricho infantil) es en realidad un mecanismo de adaptación propio de muchas
especies: el objetivo es evitar la ingesta de alimentos o sustancias que
podrían ser peligrosas o tóxicas. Después de haberse familiarizado con el
alimento, la neofobia se supera con éxito.
Hay quien opta
por familiarizar a los niños tras exponerles varias (o muchas) veces al
alimento. Sin embargo, los estudios muestran que el rango necesario de
exposición para lograr esa familiarización es tan amplio (de 11 a 90 veces),
que el mejor consejo es despreocuparse por la neofobia: es una respuesta normal
y fisiológica de los niños y se supera con el tiempo. Lo más acertado es comer
con naturalidad y de forma saludable con los niños.
El objetivo es
que tanto los niños como los adultos coman de la forma más saludable posible.
Tal y como indica el Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la
Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas (GREP-AEDN) en su documento
"Si tú comes frutas y hortalizas, ellos también lo harán", la clave
es tener alimentos saludables en casa y predicar con el ejemplo, ya que es
mucho más probable que los pequeños prueben y acepten un nuevo alimento si
observan a sus padres, a sus cuidadores o a cualquier familiar ingerir y
disfrutar ese alimento.
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