20 de mayo de 2010

Educación y formación en seguridad alimentaria

      Un consumidor formado en esta materia tiene mayor capacidad de reacción frente a posibles riesgos.

      Las enfermedades causadas por los alimentos representan un desafío para el consumidor. La educación y la formación en este ámbito constituyen una de las claves para que pueda actuar con conocimiento de causa, tanto para prevenir posibles intoxicaciones alimentarias en el ámbito doméstico, como para tener pistas sobre el modo en el que debe reaccionar frente a posibles alertas alimentarias. Un consumidor informado tiene, además, mayor capacidad de decisión para decantarse por unos u otros alimentos. La etiqueta y cómo se informa en ella son claves en esta misión. 

       Para prevenir enfermedades causadas por alimentos, saber cómo y dónde debe intervenir, el consumidor debe entender antes aspectos como qué es un patógeno, de qué forma está expuesto a ellos (en este caso, a través de los alimentos), qué factores afectan a la contaminación y al crecimiento microbiano, qué medidas deben aplicarse en función del alimento o cuáles son los productos más susceptibles de generar problemas. Pero también debe familiarizarse con las innovaciones tecnológicas que se desarrollan de la mano de la biotecnología alimentaria y la aprobación de nuevos alimentos y sustancias.
       En la mayoría de los casos, la aceptación hacia ciertos grupos de alimentos es escasa. Sin embargo, a pesar de que la mayoría de los consumidores europeos se enfrenta a la tecnología genética con cierto escepticismo, en los últimos años esta percepción ha descendido de forma ligera, según los resultados de uno de los Eurobarómetros de la Comisión Europea. De acuerdo con este estudio sobre percepción del riesgo, cuando se habla de alimentación, siempre hay determinados sectores y prácticas, como la biotecnología, los organismos modificados genéticamente (OMG) o el uso de aditivos, que se perciben como una posible "amenaza".

-La etiqueta, un paso para la formación

El consumidor debe tener la capacidad de interpretar la información que contienen las etiquetas de los alimentos
       Además de leer la etiqueta, el consumidor debe saber interpretarla. La guía "Nutrición Saludable y Prevención de los Trastornos Alimentarios", elaborada de forma conjunta por los Ministerios del Interior, de Educación y Cultura y de Sanidad y Política Social, establece que el objetivo es conseguir que el consumidor pueda actuar con responsabilidad. Para ello, tiene que estar bien informado, ya que así podrá prever riesgos y adoptar las medidas necesarias. La etiqueta es una "garantía de seguridad" porque en ella se recogen mensajes fundamentales. Algunos de ellos, sin tener en cuenta los referidos a los aspectos nutricionales, son:
  • Si el alimento se ha sometido a algún tratamiento específico, como la irradiación.
  • Los ingredientes que contiene, además de la referencia a los aditivos añadidos y la función que ejercen (colorantes, emulsionantes...).
  • La fecha de caducidad, de forma clara y en orden de día, mes y año.
  • Las condiciones especiales de conservación, si así lo requieren, como los alimentos perecederos más susceptibles desde el punto de vista microbiológico.
  • El modo en que deben manipularse.
  • El lote de fabricación.
  • El país de origen o procedencia.
       El consumidor debe conocer que ciertos grupos de alimentos deben llevar especificaciones concretas, como los fabricados con organismos modificados genéticamente (OMG), los ecológicos y otros que contienen aspartamo o polioles. Uno de los retos del etiquetado es la comprensión, es decir, conseguir que la terminología utilizada llegue de forma clara a todos los consumidores y que no provoque confusiones. Para ello, el consumidor debe estar familiarizado con símbolos como la letra E, con la que se describen los aditivos utilizados, o saber cómo interpretar el contenido calórico.
       Una de las condiciones de la normativa española es la necesidad de que la etiqueta actúe como una defensa de los consumidores a través de información "veraz y eficaz" sobre cómo utilizar de forma correcta un cierto alimento para evitar posibles riesgos derivados de su consumo.

-En caso de alerta, comunicación del riesgo

       Las alertas alimentarias no son nuevas. Sí lo son las distintas maneras de percibirlas y su gestión. La opinión y las reacciones de los consumidores frente a un mismo riesgo alimentario dependen de numerosos factores, como el nivel de conocimiento que tengan sobre el tema y cómo les llega la información. En un informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) sobre planes y estrategias en la comunicación de riesgos, se explicita que, para ser eficaz, la información no sólo debe explicar el riesgo, sino también contextualizarlo de forma clara.
        Esta información debe especificar si se requieren o no acciones de carácter individual que afecten al consumidor de forma directa. Para ello, es necesaria la colaboración entre los expertos y los responsables de comunicar el riesgo. La información que llegue debe ser transparente y objetiva, pero también deben conocerse las medidas que se toman (retirada de productos, inspecciones y controles y aplicación de normativas).
       Se deben transmitir aspectos como la naturaleza del riesgo, si se ha identificado y confirmado el problema, si es posible o emergente, junto con otras especificaciones como el impacto potencial en la salud pública y el contexto legal. Los riesgos en alimentación están expuestos a variables externas que son fruto de la globalización de los mercados, de las innovaciones tecnológicas y de los cambios de actitud en los consumidores. Pese a estas diferencias, las tres cuestiones más comunes que se generan en torno a un riesgo alimentario se podrían resumir en: determinar cuáles son los riesgos, los problemas que ocasionan y las soluciones.

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20 de mayo de 2010

Educación y formación en seguridad alimentaria

      Un consumidor formado en esta materia tiene mayor capacidad de reacción frente a posibles riesgos.

      Las enfermedades causadas por los alimentos representan un desafío para el consumidor. La educación y la formación en este ámbito constituyen una de las claves para que pueda actuar con conocimiento de causa, tanto para prevenir posibles intoxicaciones alimentarias en el ámbito doméstico, como para tener pistas sobre el modo en el que debe reaccionar frente a posibles alertas alimentarias. Un consumidor informado tiene, además, mayor capacidad de decisión para decantarse por unos u otros alimentos. La etiqueta y cómo se informa en ella son claves en esta misión. 

       Para prevenir enfermedades causadas por alimentos, saber cómo y dónde debe intervenir, el consumidor debe entender antes aspectos como qué es un patógeno, de qué forma está expuesto a ellos (en este caso, a través de los alimentos), qué factores afectan a la contaminación y al crecimiento microbiano, qué medidas deben aplicarse en función del alimento o cuáles son los productos más susceptibles de generar problemas. Pero también debe familiarizarse con las innovaciones tecnológicas que se desarrollan de la mano de la biotecnología alimentaria y la aprobación de nuevos alimentos y sustancias.
       En la mayoría de los casos, la aceptación hacia ciertos grupos de alimentos es escasa. Sin embargo, a pesar de que la mayoría de los consumidores europeos se enfrenta a la tecnología genética con cierto escepticismo, en los últimos años esta percepción ha descendido de forma ligera, según los resultados de uno de los Eurobarómetros de la Comisión Europea. De acuerdo con este estudio sobre percepción del riesgo, cuando se habla de alimentación, siempre hay determinados sectores y prácticas, como la biotecnología, los organismos modificados genéticamente (OMG) o el uso de aditivos, que se perciben como una posible "amenaza".

-La etiqueta, un paso para la formación

El consumidor debe tener la capacidad de interpretar la información que contienen las etiquetas de los alimentos
       Además de leer la etiqueta, el consumidor debe saber interpretarla. La guía "Nutrición Saludable y Prevención de los Trastornos Alimentarios", elaborada de forma conjunta por los Ministerios del Interior, de Educación y Cultura y de Sanidad y Política Social, establece que el objetivo es conseguir que el consumidor pueda actuar con responsabilidad. Para ello, tiene que estar bien informado, ya que así podrá prever riesgos y adoptar las medidas necesarias. La etiqueta es una "garantía de seguridad" porque en ella se recogen mensajes fundamentales. Algunos de ellos, sin tener en cuenta los referidos a los aspectos nutricionales, son:
  • Si el alimento se ha sometido a algún tratamiento específico, como la irradiación.
  • Los ingredientes que contiene, además de la referencia a los aditivos añadidos y la función que ejercen (colorantes, emulsionantes...).
  • La fecha de caducidad, de forma clara y en orden de día, mes y año.
  • Las condiciones especiales de conservación, si así lo requieren, como los alimentos perecederos más susceptibles desde el punto de vista microbiológico.
  • El modo en que deben manipularse.
  • El lote de fabricación.
  • El país de origen o procedencia.
       El consumidor debe conocer que ciertos grupos de alimentos deben llevar especificaciones concretas, como los fabricados con organismos modificados genéticamente (OMG), los ecológicos y otros que contienen aspartamo o polioles. Uno de los retos del etiquetado es la comprensión, es decir, conseguir que la terminología utilizada llegue de forma clara a todos los consumidores y que no provoque confusiones. Para ello, el consumidor debe estar familiarizado con símbolos como la letra E, con la que se describen los aditivos utilizados, o saber cómo interpretar el contenido calórico.
       Una de las condiciones de la normativa española es la necesidad de que la etiqueta actúe como una defensa de los consumidores a través de información "veraz y eficaz" sobre cómo utilizar de forma correcta un cierto alimento para evitar posibles riesgos derivados de su consumo.

-En caso de alerta, comunicación del riesgo

       Las alertas alimentarias no son nuevas. Sí lo son las distintas maneras de percibirlas y su gestión. La opinión y las reacciones de los consumidores frente a un mismo riesgo alimentario dependen de numerosos factores, como el nivel de conocimiento que tengan sobre el tema y cómo les llega la información. En un informe de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) sobre planes y estrategias en la comunicación de riesgos, se explicita que, para ser eficaz, la información no sólo debe explicar el riesgo, sino también contextualizarlo de forma clara.
        Esta información debe especificar si se requieren o no acciones de carácter individual que afecten al consumidor de forma directa. Para ello, es necesaria la colaboración entre los expertos y los responsables de comunicar el riesgo. La información que llegue debe ser transparente y objetiva, pero también deben conocerse las medidas que se toman (retirada de productos, inspecciones y controles y aplicación de normativas).
       Se deben transmitir aspectos como la naturaleza del riesgo, si se ha identificado y confirmado el problema, si es posible o emergente, junto con otras especificaciones como el impacto potencial en la salud pública y el contexto legal. Los riesgos en alimentación están expuestos a variables externas que son fruto de la globalización de los mercados, de las innovaciones tecnológicas y de los cambios de actitud en los consumidores. Pese a estas diferencias, las tres cuestiones más comunes que se generan en torno a un riesgo alimentario se podrían resumir en: determinar cuáles son los riesgos, los problemas que ocasionan y las soluciones.

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